La brisa rebotaba y calentaba a este frío cuerpo, el agua que subía y bajaba pegaba en mis dedos y de nuevo la brisa mojaba mis pestañas, la arena entre mis ojos. Me lastima y no la intento quitar. El oleaje hace que mis pies se cubran de arena mojada y se hundan mas y mas, mis labios partidos por la falta de agua y la piel reseca por el agua salada, la arena esta por todo mi cuerpo, mis dedos tocaban la arena mojada que a veces burbujeaba, la arena que había formado una costra en mi cuero cabelludo empezaba a correr hacia mis orejas, un cangrejo que pasa y juega entre los bellos de mi pierna sube y camina por mi estomago, pasa por mi piel en llagada y por los pedazos de alga que posan sobre mi cuerpo , mi ropa interior esta llena de arena. Molesta. el agua que va y viene a veces me quita o me da mas comezón, es un juego de nunca acabar, los pájaros bajan y caminan alrededor mío, me picotean, no les gusta la carne, se alejan. Estando con mi cabeza contra la arena solo puedo recordar al delfín que venia persiguiendo, lo perdí. Mi cuerpo semidesnudo ahora sufría, recostado en la playa agonizaba. Recordaba como había estado con mi bella mujer hasta hace unos días, Isabel.
Su largo cabello que llegaba hasta la cadera, fuera de ser feo era hermoso.
Siempre me preguntaba como podía mantener tan hermoso tanto cabello viviendo cerca del mar, recordaba también las apasionadas noches que habían compartido unos días atrás, recordaba a su hijo, tenia la misma sonrisa de la madre, de oreja a oreja pero la nariz horrenda de su padre. Mientras vagaba en el mar no le hacia falta pensar en ella por que gracias a ella el se encontraba ahí, gracias a esos labios durazno y esa mirada coqueta.
¡Levántate señor!.... levántese… ¡Por favor! El niño exclamaba mientras me picaba con una rama de uva de mar seca –Levántate- solo lo escuchaba como a la bella Isabel que me decía el sábado por la mañana ¡levántate! ¡Levántate! ¡Que esta vez nos matan! El niño me seguía picando y yo como un trasnochado no me movía y no hacia ruido. La luz entraba a mi ojo como cuando los primeros rayos de sol entraban por la ventana que ahora se habían vuelto los dedos gordos y sucios del niño que abría mis parpados, la carnosa retina espanto al niño lo que lo hizo caer a la arena, para mi que esta bien dormido. Por mi barba ya bien crecida pasaba un cangrejo ermitaño, pata tras pata, uña tras uña después de besar mi barba –me encantas- Isabel repetía una y otra vez.
Ahora eran tres, las tres sombras estaban cubriendo a mi cuerpo sobre la arena, olía a pescado podrido pero no a nada que no hubieran olido antes –para mi que esta bien muerto- dijo la sombra masculina, tendré que ir por el Gordo y el Juan, la sombra femenina ponía una mano en sus ojos y otra en la del pequeño.
Cuando caí del puente que comunica la laguna y el mar solo pensaba en ella y en el pequeño, en como pudimos haber tenido una vida feliz, si tan solo me hubiera esforzado mas. En como pudieron ser la familia perfecta como muchas otras, si tan solo no se hubiera rendido, hubiera luchado mas, hubiera luchado contra la sociedad y contra las personas que lo atacaban, él ahora en el agua lo pensaba en retrospectiva, él solo pudo haberle ganado a todos juntos, si tan solo no hubiera saltado y caído veinticinco metros a esas rocas. Si tan solo hubiese luchado mas contra la vida y por lo que deseaba mas, en esa mujer de de largo cabello y en el niño que a su padre no se parecía en nada.
¡Carguen con fuerza! ¡Como si fuera yo mismo el que esta en peso muerto! El Gordo y Juan hicieron una cara de mayor esfuerzo y continuaron cargándolo por todo el camino de arena que llevaba hasta el pueblo a unos tres kilómetros. Ninguno de los tres pudo limpiarse las espinas de sus pies, que por no fijarse en el camino y por cargar al muerto ahora se les incrustaban paso a paso. La caída le había abierto la cabeza en las piedras y su panza sangraba mucho, la marea lo llevo a mar adentro, parecía que perseguía a un grupo de delfines nariz de botella, los persiguió durante un día y los otros seis ellos habían jugado con el, lo arrastraban y lo cargaban hasta que se aburrieron y lo dejaron cerca de una caleta, lentamente el oleaje se encargo de arrastrarlo hasta la orilla lleno de algas y arena. Llegaron a la primera cabaña del pueblo y la más cercana al mar, lo pusieron sobre la única mesa y la dueña no pudo mas que observarlo, la piel era tan transparente y arrugada como ninguna persona antes. Su horrible nariz le daba miedo pues no combinaba con sus finas facciones y anatomía. Lávelo mientras nosotros cavamos un hueco en las afueras de la arena y fuera de las cosechas, para el anochecer volveremos. Todas las noches se encontraba con Isabel y solo los viernes podía pasar todo el día con ella y con el niño. Ese niño debería llamarse como tú y no llamarse Agustín, a veces lo llamo por su nombre y me da ganas de llorar. Agustín. –si, pero esa decisión no fue mía sino tuya- ambos callaron por unos segundos –pues no tenia mas opción ¿o si?-
El cuerpo estaba reluciente, su ultimo baño parecía el mejor, solo quitándole la herida en la cabeza que mostraba su cráneo y la herida en la panza que de no ser que estaba verde, los puntos que Doña Inés la había colocado habría cicatrizado como cualquier operación del apéndice. La ropa que Julián le había traído le calzaba perfecta, parecía que estaba vivo aun, y mas que nada parecía que vivía en el pueblo. Era un sábado por la mañana, se me había pasado la hora de partida, el sol ya estaba arriba de todo el pueblo y el pequeño Agustín no pudo evitar gritar ¡Papa! ¡Papa! Cuando la puerta principal se abría, Isabel se paro rápido de la cama y despistada se vistió ¡levántate! ¡Levántate! ¡Que esta vez si nos matan! Y fue ahí cuando reviví. No había nadie en la cabaña, me encontraba vestido y bañado, un tanto con dolor de cabeza pero decidí huir y no esperar a que me fueran a enterrar, camine por el pueblo pues parecía un local gracias a la vestimenta, tome un burro de un corral y partí hacia mi pueblo, pueblo conocido por el puente de agua dulce y salada mas largo del mundo, al menos conocido de esta parte del mundo la cual todos parecen olvidar, tome el camino a casa pues jure vengarme de Agustín, ese señor que me saco a golpes de la que debería ser mi casa, me saco a golpes y con ayuda de sus amigos, el sol daba en nuestras frentes, uno no puede pelear así, con calor. Me arrastraron hasta el puente y yo tome un palo de madera, el cual me daría obvia ventaja –si lo sueltas será una pelea justa, uno contra uno- por ser honrado como siempre me han enseñado avente el palo por el puente. Me golpeo después de que yo le había colocado tres golpes en la nariz, me golpeo sin fuerza pero se detuvo a verme a los ojos, -esa horrible nariz, me da asco- su cara cambio en ese momento pues había comprendido lo que sucedía ¡esa horrible nariz se parece a la de mi estupido hijo! Yo sabia que la pelea era mía y aunque los otros dos se lanzaran contra mi yo podía noquearlos,-Agustín, piensa lo que haces- dijo uno de ellos mientras Agustín sacaba una navaja de su bolsillo, brillaba con gracia bajo el sol, era lo único que podía cortar la tensión pero mas que cortar la tensión corto mi tejido muscular, penetro mi estomago y luego salio. Entre los tres me cargaron hasta la orilla -ese niño debió llamarse como yo, y no Agustín, debió llamarse José- repetía una y otra vez mientras caía del puente hacia las rocas que abrirían mi cabeza y me matarían.