-Dejamos todo atrás, las apariencias, el deseo pero no el
prejuicio-
-Miau- así empezó este cuento en una isla desierta, con un
maullido desgarrador debido a que este gatito había dejado atrás a su amada. Había
zarpaba junto con su familia a una tierra de oportunidades y de sueños pero el
deseo es tan frágil que una sola tormenta basto para que naufraguen, aquel
bello y melancólico felino había quedado solo en una isla, sin señal del
naufragio, de su familia o de algo con el cual compartir su tristeza, solo
lloraba.
El tiempo pasaba, el sol cada vez convertía su pelaje en un color
mucho más claro, el agua era escasa y la comida solo podía provenir del mar.
Tuna el pequeño gato aprendió a nadar y a cazar pescados, se mantenía vivo día
tras día sin posibilidad de que lo rescatasen.
Sólo en esa isla, lo único que podía mantenerlo con energía y
ganas de vivir era el recuerdo de una fragancia, de un pelaje color dorado, de
una sensualidad que solo los gatunos pueden emanar, lo que lo mantenía con
esperanza era aquel recuerdo del amor.
Después de varios años de
esperar y observar con sus binoculares decidió no ir a aquella isla que podía
vislumbrar a lo lejos a pesar de que en
ella podría haber vida. Tomo su pelaje y saco sus garras, nado a lo largo del océano
sin parar. Nado por días y semanas hasta que se ahogo, en sus últimos momentos
de vida su persistencia seguía ahí pataleando , moviendo su colita que poco a
poco se había dejado su pelaje atrás y comenzado a crecer escamas, se había
transformado en una aleta de sirena.
Había llegado a la orilla para encontrarse con su gatita, la busco
con dificultad porque no podía moverse con total libertad debido a que no tenia
sus patas traseras, se arrastro hasta topársela, está lo observo y volteo la
mirada. Su corazón se había roto, aquella persona por la cual había cruzado el
océano mostraba un desagrado, era diferente. Así que comenzó su regreso, sus
lagrimas eran el mar entero, su llanto el sonido de las olas sus ganas de
vivir: la soledad.
Tuna en un ataque de ira decidió rasgarse su cola, impidiendo que
volviese a nadar para toda su vida, confinándose al parámetro de la isla, su
caja de arena.
-Miau- así termina este cuento, con un maullido producido desde
una isla perdida, desde una isla vecina. Aquel maullido nuevo provenía de la orilla
de aquel pedazo de tierra, unos ojos rasgados cubiertos por un pelaje rojizo que había nadado desde aquella
isla lejana; una gatita sirena lo saludaba, una gatita nueva, una gatita
diferente.