Turqouise marilyn

Turqouise marilyn

lunes, 1 de marzo de 2010

Zoo at the sea...




Solo podía ver como las mareas cambiaban de un segundo a otro, el reflejo del sol en el agua, podría jurar que estaba sentado observando una pared al lado de una alberca, todo parecía tan tranquilo desde la obscuridad proveniente de la profundidad de mi cuarto, podía ver los destellos plateados casi blancos del agua proyectados en la blanca pared de mi cuarto –sabes, no es todo lo que puedo ver- ambos dejaron de verse y voltearon para ver cuidadosamente esa imagen tan acida –no solo sé que eso es el fondo del mar, sino que puedo ver una jirafa- de los destellos azules y blancos que se movían como un inquieto cardumen de atunes empezó a notarse un cambio de color, un amarillo ahora remplazaba una sección azul del reflejo y ambos no podían créelo del todo, sentados en la cama decidí pararme para comprobarlo.

El reflejo ahora estaba sobre mi cara y mis lentes, pero aún se proyectaba hacia la pared, era una imagen tan orgánica y reveladora, el poder verme desde tercera persona como ahora lo hacia mi amiga, creo yo que no puede ser comparada, parado ahí frente a la ventana del cuarto, atónito. Entonces fue cuando pude ver atreves de ella el inmenso mar azul, ahora comprendía lo que se referían con la expresión: veinte mil lenguas bajo el mar. Ahora si podía ver lo que la profundidad podía ofrecerme, el brillo se podía apreciar a pesar de la profundidad fue entonces cuando vi esa belleza, el agua en le área superior empezaba a aclararse y a verse más transparente conforme llegaba a la superficie, el Caribe. Si, ahí es donde debía estar, el agua se volvía casi transparente, lo cual dejaba ver esa imagen por la cual me arriesgue a echar un vistazo, una jirafa nadaba ahí solitaria, indefensa, sin duda era un banquete para el olfato de aquellos sabuesos marinos, que a pesar de su catastrófico tamaño podría ser devorada en unos minutos. Así que levante mi mano towards the window y ahí estaba nadando, en aquel azul profundo, era inquietante, sabia que tenia que nadar y aguantar la respiración hasta la superficie, pero eso no me preocupaba o eso parecía por mi nado tan lánguido, el posar la mirada en aquella imagen tan bella que por su propia naturaleza era tranquilizadora: unas patas tan largas moviéndose armoniosamente al ritmo de las olas y las mareas, nadaba ascendientemente pero no podía dejar de verla, me dirigía a esa imagen. El sol dejaba ver la silueta negra con la cabeza de fuera, así que no batallaba con la cuestión de las olas; esa larga lengua podía evitar el contacto con el agua salada, no como la mía tan inservible. El oxigeno me hacia falta, golpeaba el agua para ver si así le daba en el estomago y le sacaba el aire, era inútil. Me movía con extrema violencia y aun parecía un tanto lejana la superficie, pero me reconfortaba saber que no era él único, dos cebras hacían lo mismo aun con más torpeza, las burbujas que provenían de sus negros hocicos parecían las últimas que saldrían, ahora: era una carrera de vida o muerte, eran ellas o yo. Sus extrañas articulaciones sugerían que estas cebras jamás habían pisado tierra firme, tal largas patas pero tan amorfas podrían ser del tamaño de la de una jirafa, nos golpeábamos u utilizábamos el uno al otro para impulsarnos, la mancha de luz llamada sol sobre el agua ahora se apoderaba de todo el océano, ella también estaba en esta orgia de sobrevivencia los cuatro pataleábamos por una bocanada de oxigeno, por una oportunidad más.

Fui el primero en salir, mis pulmones se llenaron con este extraño gas necesario para la vida, al fin podía hacer lo que estaba destinado a hacer: respirar. La tranquilidad de la jirafa, la mía dando el primer sorbo de vida a mi cerebro se vio interrumpida por la agitación de las cebras y su múltiple pataleo inconstante, ella también salió un poco más asustada que cansada ¿ahora qué? La azul pradera se vio obscurecida por el paso de las nubes, el vaivén de las olas nos hacia parecer perdidos en medio de la nada, teníamos que escapar de ahí, aquellos sabuesos olfatearían nuestra jugosa carne y vendrían sin demora, pero ¿para dónde? Fue entonces cuando vi aquella isla roja, se dejaba ver con cada ola que pasaba y se ocultaba cuando nos encontrábamos en lo más bajo de esta –nademos hacia ella- sugerí, me zabullí en el agua como un pequeño delfín sin cola, la imagen solo podía ser superada por aquella de la jirafa o de las cebras saliendo a respirar, ahora un enorme trasatlántico pintado de rojo y blanco se encontraba inversamente de donde debería estar, inclinado sin estar volteado pero sumergido por completo dejaba salir exclusivamente la roja chimenea de este, la proa era casi invisible entre las profundidades del coloso de la naturaleza, ahora me surgía una duda y una posible respuesta: si nos acercábamos al naufragio (si es lo que parecía) y este se hundiera aún más, nos succionaría como pequeños pedazos de eses humanas en un inodoro, y la respuesta era simple; tal vez los animales provenían de aquella embarcación, tal vez y solo tal vez eso podría explicar un poco las cosas. Todos nos dirigimos rumbo a ella, aquel único lugar donde parecía que podríamos descansar y protegernos, nadamos inquietantemente y agitando en exceso el agua, temerosos de ser devorados por algún depredador natural de las jirafas y cebras en el mar, volví a meter la cabeza en el agua pero todo parecía en orden, no habían objetos divagando en el agua provenientes de este inmenso pedazo de metal, todo parecía bajo control.

Me subí como pude, luego extendí mi mano a esa joven de rubios cabellos, ella portaba un bikini mientras yo lucia la mejor mezclilla empapada a varios kilómetros a la redonda, hasta de último subió él. Al principio me dio ganas de ayudarlo pero una vez abordado en mi isla tenia ganas de tirarlo, no había lugar para él, aquel joven e inocente no sabia lo que acontecía por mi mente, los animales ya no me preocupaban, no sabia si habían subido o no, solo sabia que a él no lo quería. Me sonrió. Lo deteste. Tenia que hacer algo al respecto. Lo golpeé y le rompí la nariz, al siguiente instante se encontraba en el suelo con las manos en la cara, aquella joven mujer solo observaba con cierta excitación, recostada tomando el sol, seguía mi puño lleno de sangre una y otra vez contra la ya deforme cara de aquel amigo nuestro, mi instinto hablaba por primera vez, lo tire a la deriva casi inconsciente, el agua alrededor suyo se tiño de rojo mientras se alejaba de mi pequeño territorio. Como lo predije, fue cuestión de minutos para que los sabuesos lo devoraran, un festín entre aletas y varias hileras de dientes. Sí, esta imagen era sin duda no tan bella: un hombre y una mujer, junto a dos cebras amorfas de incontables articulaciones junto a una jirafa parados sobre la roja caldera de un trasatlántico en medio de la nada, era tan bello. Mi instinto solo repetía otra vez la misma cosa que repitió justo antes de matarlo: reprodúcete. Toma a el sol.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Qué final! jaja las jirafas... Te agradezco me acabas de inspirar!jaja